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¿Cómo decorar un cuarto de niña?
Abuela, con sus brazos rodeándome y estrechándome, y los dos nos pasamosla noche entera llorando.—¿Qué vamos a hacer ahora? —le pregunté entre lágrimas.—Te quedarás aquí conmigo y yo te voy a cuidar —dijo ella.—¿No volveré a Inglaterra? Yo jamás podría llevar a cabo eso. Dios se llevará mi alma,pero Noruega preservará mis huesos. Su cara era la cosa mucho más horrible y aterradora que he visto nunca.
Me subí a la cama de un salto, para poder ver bien todala habitación. Eh, pensé, ¿por qué razón no bajo el colchón? Con muchocuidado, me descolgué por el borde de la cama y me deslicé abajo delcolchón. Debí empujar fuerte para avanzar algo, pero proseguí insistiendo.No veía nada. Se encontraba arrastrándome bajo el colchón en el momento en que, depronto, mi cabeza chocó contra algo duro que había dentro del colchón. ¿Podría ser un frasquito?

Las ranas no pueden escondersecomo los ratones. Ni correr como los ratones. Lo único que saben llevar a cabo, laspobres, es saltar torpemente.De repente, la cara de La Gran Bruja entró en mi campo de visión,mirando bajo la cama. Velozmente, metí la cabeza tras la patade la cama.—Así que estáis ahí, rranitas mías —la oí decir—.
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Pero en este momento yo era tan pequeño quetodo parecía distinto y tardé bastante tiempo en estudiar a moverme por lacasa. El mío era un planeta de alfombras, patas de mesas y de sillas, y de lospequeños huecos que quedan detrás de los muebles grandes. Las puertascerradas no se podían abrir y las cosas que estuvieran sobre una mesa eraninalcanzables.Pero tras unos días mi abuela comenzó a inventar cosas para hacermi vida un tanto mucho más fácil. Le encargó a un carpintero que hiciese unascuantas escaleritas altas y estrechas, y colocó una apoyada en cada mesa dela casa a fin de que yo pudiese subir por ellas siempre que quisiera. Nopuedo explicar cómo funcionaba, pues no sé nada de electricidad, perohabía un botoncito en el suelo al lado de cada puerta, y en el momento en que yo apretabaligeramente el botón con una pata, se encendía la luz. Frasquito, y corrí hacia la pared y me oculté detrás de una pata de la cama.Oí pasos sobre la alfombra. Asomé la cabeza y vi que las ranas estabanapiñadas bajo el centro de la cama.
—No me dejan fumar un puro —dijo ella—. Pero ya vas a ver en el momento en que sevayan.—Es un pájaro duro de roer —dijo la enfermera—. En unasemana estará levantada.La enfermera tenía razón. El médico me dijo que me encargara de queusted descansara a lo largo de los próximos días.El médico ha dicho algo mucho más. Fue tal y como si hubiera dejado caer una bombasobre la abuela y sobre mí, cuando nos dijo que, bajo concepto alguno,debíamos correr el peligro de viajar a Noruega ese verano.
No te muevas, me dije. Nadie te vió todavía. No hay ninguna razónpara que absolutamente nadie venga a mirar tras el biombo. Pero un solo movimientoen falso, una tos, un estornudo, un soplido, el más mínimo estruendos decualquier clase y te atrapará no una bruja, ¡sino doscientas!
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Cuando volvimos a su cuarto, mi abuela nos sacó de su bolso a Bruno ahora mí y nos puso sobre la mesa.—¿Por qué razón demonios no hablaste y le dijiste a tu padre quién eras? —lepreguntó a Bruno.—Pues tenía la boca llena —dijo él.Brincó en el instante al frutero y siguió comiendo.—Qué niño mucho más desapacible eres —le ha dicho mi abuela.—Niño, no —dije yo—. Ratón.—Tienes razón, cielo. Pero en este momento no tenemos tiempo de preocuparnosde él. Debemos realizar proyectos. En una hora y mediaaproximadamente, todas las brujas bajarán a cenar al comedor.
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